El ser más libre de todos
A pesar de que ya te dieron un nombre, aún no sé cómo llamarte. Mira, te lo explico. Esto es algo que hacemos todos los seres humanos y que tú harás algún día. Tomamos algo y le ponemos el nombre que se nos da la gana. Lo plagamos de categorías, etiquetas y jerarquías e intentamos, inútilmente, definir y explicar con números y conceptos todo lo que sucede, incluso lo que no entendemos.
Y no creas que solo lo físico tangible, ¿eh?, lo hacemos con las relaciones humanas, con los dioses que inventamos cuando inhalamos hastío y exhalamos plegarias. Hasta estos ordinarios costales de huesos y sangre que abundan en las calles se dividen en clases, colores, gustos y formas. Ricos y pobres. Buenos y malos. Activos y pasivos. Aquí en la tierra la vida es un contraste y no hay medias tintas. Definimos hasta a los propios hijos. Les adjudicamos un nombre pensando que los astros o los santos resolverán su porvenir ¡Puras mentiras! ¡No nos creas nada, somos unos ignorantes!
Desde el primer día vamos a intentar encasillarte y nos bastará alguna característica física o la agudeza del primer llanto emitido para comenzar a hacer predicciones sobre tu futuro. Si tienes las manos largas diremos “este niño es pianista” y si lanzas patadas al aire “un jugador de fútbol”.
Ignoranos, no sabemos nada. Tú sabes más que todos nosotros porque eres el ser más libre de todos, porque aún no eres más que inspiración, no has aprendido nada. Desconoces el tiempo, el hambre, el frío y la decepción. Un lienzo en blanco. La seducción de ese instante en el que yo tampoco fui. Ya lo entenderás. Por ahora, dormirás un par de años más.
