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Alguien tiene que hablar

Ese revoltijo en el pecho que no da tregua ni cede ante la desgana, ¿la sientes? Ensañada, terca. Sí, la sientes. Ella no lo dice, mucho menos lo escribe. Sabe que las palabras abruman y que en la cabeza pueden llegar a parecer salvación pero una vez escritas ya son cadenas. Sabe que algo tiene que decirse a estas horas mientras el niño sueña y la angustia duerme. ¿Y cómo lo sabe? ¡Yo que sé! Y he ahí el dilema. Mientras su caos y su luz se ensamblan, de mí tan solo surge un llanto embrutecido y una sed de consuelo en palabras y ella espera pacientemente por estos momentos en que no hay bullicio, ni culpa, ni condena. Y sin hablar, me habla, quiere y cuando logra ser escuchada se enerva la sangre y crecen las ansias. Mírame, le digo, ¿no sientes lástima? ¿No crees que te queda pequeño este cuerpo tan cobarde? Déjame escribir, aunque no te diga nada y susúrrame en silencio hasta que tu verbo sea mi palabra.




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